domingo, 11 de octubre de 2009

Justice v. Power

Aquí un famoso y controvertido debate entre dos pensadores claves para entender el desarrollo del pensamiento político de postrimerías del siglo XX y principios del siglo actual. En este debate Michel Foucault también resume grandes aportaciones suyas al ámbito del saber, puntualizando algo que, sin duda alguna fue el proyecto más abarcador de su ejercicio teórico y trabajo intelectual: la concepción y manifestación del poder. Interesante por demás es la concepción de la universidad como repartidor o distribuidor del conocimiento a determinada clase social en sociedades actuales, monopolizando ese poder que es el conocimiento y la técnica, y manteniéndolo reservado a sectores privilegiados por un sistema económico político como el nuestro. Otra gran aportación es la desmitificación de entender el poder como producto que emerge incondicionalmente de parte del Estado, quien lo ejerce de forma gradual para dominar las acciones de los sujetos en sociedad. Para esto se vale de ejemplos reveladores que, al igual que la universidad, nos muestran el despliegue del poder a través de instituciones sociales que no son directamente públicas. Por otro lado, Chomsky, en la década del 70, advierte, siguiendo la línea teórica de Foucault al respecto, sobre el papel de ámbitos privados, como son las corporaciones multinacionales y transnacionales, como gestores y garantes de poder en nuestras sociedades, lo que evidencia el velo que obscurece los administradores de poder en nuestra era. Disfrútenlo!




4 comentarios:

  1. Es sumamente revelador que dos de los pensadores más destacados del siglo XX hayan tocado tan puntualmente dos de los temas de mayor actualidad en nuestro entorno, en el Puerto Rico de hoy. El entendimiento del poder y la crítica vigorosa a las instituciones que lo ejercen --ora estatales, ora de índole privada-- son dos asuntos de fundamental importancia para el desarrollo de una verdadera democracia. Puerto Rico, lamentablemente, no ha logrado comprender la esencialidad de éstos para el cumplimiento de nuestro propósito como país. Ello se debe a que, como pueblo, carecemos de una visión concreta sobre cuál es ese propósito o, quizá, a que aún carecemos de la capacidad para identificarlo. Por nuestro bien, espero que sea lo primero. No obstante, como esto de suyo es materia para una discusión mucho más amplia, procederé meramente a presentar un esbozo de algunas circunstancias que, a mi juicio, inciden sobre ambos factores al presente.

    El poder como concepto central de la organización estatal, como principio de control básico a partir del cual se rige nuestra sociedad, es de elusiva discusión en Puerto Rico. Por varias razones, desde siempre se nos ha enseñado a “odiar” el poder, a equiparlo con la codicia y con el hambre de subyugar a los demás. Por eso rara vez nos preocupamos en conocer cómo se distribuye tal albedrío entre las diversas esferas sociales de nuestro país. El despreciable desconocimiento ciudadano sobre el poder y sus alcances nos ha llevado a creer como un mantra que, en toda democracia, la ciudadanía meramente ejerce su autoridad como soberano el día de las elecciones. Escogidos los representantes que habrán de ostentar las prerrogativas públicas durante los cuatro años próximos, dejamos a un lado toda reflexión sobre nuestra selección y el posterior resultado del proceso electoral.

    El poder, sin embargo, no es una cosa tan “fea” como nos han querido hacer creer. El poder es realidad. Es parte, en esencia, de la naturaleza misma del ser humano; del hombre y mujer en sociedad. En este sentido, no podemos seguir suscribiendo la idea de que nuestras facultades como “propietarios” del gobierno puertorriqueño nacen y perecen con nuestro ejercicio periódico de la franquicia electoral. Nuestra autoridad popular subsiste tras esa manifestación “democrática”. De hecho, ello debe y tiene que ser así para que continúe gozando de tal apelativo. A su vez, debemos tener presente que como parte de esa horizontalidad del poder, existen diversas formas en las que éste se concentra. No sólo las instituciones del Estado tienen el monopolio de la autoridad en Puerto Rico. También lo tienen ciertos círculos privados, varios grupos oligárquicos e, incluso, algunos individuos. El primer paso para entender el poder consiste, pues, en identificar quién lo ostenta de forma particular. Sin duda, para ello hace falta más que ser dóciles seguidores de una ideología, de una pasión o de un líder… Hace falta la razón.

    Esto nos lleva nítidamente a la discusión del otro asunto --la crítica vigorosa a las instituciones que ejercen ese poder. Otro rasgo detestable que ha imperado en nuestra sociedad contemporánea (y, sin temor a equivocarme, desde tiempos de la colonización también) es la reticencia a criticar de forma concreta, certera y directa las diversas manifestaciones del poder en nuestro medio. Nos embarga, en este contexto, un servilismo pueril que nos hace seguir como ovejas las decisiones tomadas por nuestros gobernantes, empresarios (nótese la coma) y demás efigies de la autoridad en Puerto Rico. Se trata, en esencia, de un culto a la élite, a los conocedores, al que sabe más. Al respeto humano, que nos impide manifestar nuestro verdadero sentir con tal de que no inquietemos al “hermano”. Así lo que conseguimos, meramente, es contribuir a la borrachera de “poder” (petulancia, diría yo) de aquellos que lo ejercen actualmente, incluso de aquellos que lo hacen por encargo nuestro. En una verdadera democracia no debe haber “vacas sagradas” inmunes a la crítica, fundamentada o no, de quienes componen la sociedad.

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  2. No obstante, constantemente nos enfrentamos a personas que prefieren deferir a los “poderosos” y temen criticarlos. Incluso si identificamos correctamente quiénes ostentan el poder y, por ende, quiénes afectan nuestra vida diaria, se nos dice que no debemos “atacarlos” ni criticarlos porque al menos ellos se atrevieron a lanzarse al ruedo. Esta idea, sin embargo, me parece más una invitación a poner “fe ciega” en instituciones humanas que, por nuestra condición inherente, son falibles y susceptibles de degeneración. Los tribunales son ejemplo por excelencia de ese tipo de instituciones que rara vez uno puede verse tentado a criticar. Con todo, en estos foros jurisdiccionales es donde se concentra el mayor potencial para vindicar los derechos individuales y el mayor potencial para emascularlos. Es por ello que ante decisiones lesivas a los intereses del pueblo no podemos permanecer en silencio. Al igual que ocurre en la arena política o en el ámbito transaccional privado, cada cual tiene la responsabilidad de señalar los desatinos de aquellos que tienen el deber de impartir justicia conforme a Derecho en nuestra jurisdicción.

    Es hora, pues, de desechar los miedos de antaño y de enfrentarnos directamente a las realidades del Puerto Rico de hoy, al abuso del poder y al ejercicio justo de éste, a la necesaria crítica a quienes actúan conforme o en contra de nuestros intereses. En fin, es hora de asumir nuestra responsabilidad como ciudadanos en una democracia. Sólo así lograremos descubrir nuestro verdadero propósito como sociedad.

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  3. Existe cierta violencia ejercida oficialmente, a veces mas sutilmente y otras veces menos, tambien ejercida por vias foucaultianas para opremir cualquier discusion seria de otras formas de organizacion social. Tal vez no sea un razgo unico de la politica cultural de PR (se ve tanto en iran, como en venezuela, como en EEUU, etc.), pero define en gran parte el discurso público. Crea disonancia y imposibilita el dialogo aquí, sobre todo en Puerta de Tierra. Se pierde así la posibilidad de reflecionar sobre nuestra actualidad a traves del discurso publico. Ademas, se suele repremir cualquier posiblidad de creatividad y libertad de los suenos del pueblo. El conflicto es reducido a ciertos sectores trivializados, obviando que tal vez el momento historico requiera una revision del estatus quo. Existen personas, corrientes intelectuales, e ideas que puedan abonar, o por lo menos proponer, visiones futuras (por no decir alternas) para el colectivo. Sin embargo, la validez de estos sueños no es el enfoque del debate, sino queda estancado en las etiquetas que se ponen a los retadores.

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  4. Lo que no incluí era mi punto central, que en el discurso oficial se reprime violentamente cualquier senalamiento de que el estatus quo (politico y economico) opera como una fuerza violenta sobre la mayoria del pais. Mas de 50 por ciento de nosotros somos pobres. Casi el 40 por ciento de la poblacion activa se encuentra "under employed." Y una abrumadora mayoria no se encentra comoda con la situacion de politica internacional de PR (ya que sean independentistas, soberanitsas, o estadistas). Asi que a todas luces hay razones demas para nuestro descontento general, que por falta de otras vias se manifiesta en gritos.

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domingo, 11 de octubre de 2009

Justice v. Power

Aquí un famoso y controvertido debate entre dos pensadores claves para entender el desarrollo del pensamiento político de postrimerías del siglo XX y principios del siglo actual. En este debate Michel Foucault también resume grandes aportaciones suyas al ámbito del saber, puntualizando algo que, sin duda alguna fue el proyecto más abarcador de su ejercicio teórico y trabajo intelectual: la concepción y manifestación del poder. Interesante por demás es la concepción de la universidad como repartidor o distribuidor del conocimiento a determinada clase social en sociedades actuales, monopolizando ese poder que es el conocimiento y la técnica, y manteniéndolo reservado a sectores privilegiados por un sistema económico político como el nuestro. Otra gran aportación es la desmitificación de entender el poder como producto que emerge incondicionalmente de parte del Estado, quien lo ejerce de forma gradual para dominar las acciones de los sujetos en sociedad. Para esto se vale de ejemplos reveladores que, al igual que la universidad, nos muestran el despliegue del poder a través de instituciones sociales que no son directamente públicas. Por otro lado, Chomsky, en la década del 70, advierte, siguiendo la línea teórica de Foucault al respecto, sobre el papel de ámbitos privados, como son las corporaciones multinacionales y transnacionales, como gestores y garantes de poder en nuestras sociedades, lo que evidencia el velo que obscurece los administradores de poder en nuestra era. Disfrútenlo!




4 comentarios:

  1. Es sumamente revelador que dos de los pensadores más destacados del siglo XX hayan tocado tan puntualmente dos de los temas de mayor actualidad en nuestro entorno, en el Puerto Rico de hoy. El entendimiento del poder y la crítica vigorosa a las instituciones que lo ejercen --ora estatales, ora de índole privada-- son dos asuntos de fundamental importancia para el desarrollo de una verdadera democracia. Puerto Rico, lamentablemente, no ha logrado comprender la esencialidad de éstos para el cumplimiento de nuestro propósito como país. Ello se debe a que, como pueblo, carecemos de una visión concreta sobre cuál es ese propósito o, quizá, a que aún carecemos de la capacidad para identificarlo. Por nuestro bien, espero que sea lo primero. No obstante, como esto de suyo es materia para una discusión mucho más amplia, procederé meramente a presentar un esbozo de algunas circunstancias que, a mi juicio, inciden sobre ambos factores al presente.

    El poder como concepto central de la organización estatal, como principio de control básico a partir del cual se rige nuestra sociedad, es de elusiva discusión en Puerto Rico. Por varias razones, desde siempre se nos ha enseñado a “odiar” el poder, a equiparlo con la codicia y con el hambre de subyugar a los demás. Por eso rara vez nos preocupamos en conocer cómo se distribuye tal albedrío entre las diversas esferas sociales de nuestro país. El despreciable desconocimiento ciudadano sobre el poder y sus alcances nos ha llevado a creer como un mantra que, en toda democracia, la ciudadanía meramente ejerce su autoridad como soberano el día de las elecciones. Escogidos los representantes que habrán de ostentar las prerrogativas públicas durante los cuatro años próximos, dejamos a un lado toda reflexión sobre nuestra selección y el posterior resultado del proceso electoral.

    El poder, sin embargo, no es una cosa tan “fea” como nos han querido hacer creer. El poder es realidad. Es parte, en esencia, de la naturaleza misma del ser humano; del hombre y mujer en sociedad. En este sentido, no podemos seguir suscribiendo la idea de que nuestras facultades como “propietarios” del gobierno puertorriqueño nacen y perecen con nuestro ejercicio periódico de la franquicia electoral. Nuestra autoridad popular subsiste tras esa manifestación “democrática”. De hecho, ello debe y tiene que ser así para que continúe gozando de tal apelativo. A su vez, debemos tener presente que como parte de esa horizontalidad del poder, existen diversas formas en las que éste se concentra. No sólo las instituciones del Estado tienen el monopolio de la autoridad en Puerto Rico. También lo tienen ciertos círculos privados, varios grupos oligárquicos e, incluso, algunos individuos. El primer paso para entender el poder consiste, pues, en identificar quién lo ostenta de forma particular. Sin duda, para ello hace falta más que ser dóciles seguidores de una ideología, de una pasión o de un líder… Hace falta la razón.

    Esto nos lleva nítidamente a la discusión del otro asunto --la crítica vigorosa a las instituciones que ejercen ese poder. Otro rasgo detestable que ha imperado en nuestra sociedad contemporánea (y, sin temor a equivocarme, desde tiempos de la colonización también) es la reticencia a criticar de forma concreta, certera y directa las diversas manifestaciones del poder en nuestro medio. Nos embarga, en este contexto, un servilismo pueril que nos hace seguir como ovejas las decisiones tomadas por nuestros gobernantes, empresarios (nótese la coma) y demás efigies de la autoridad en Puerto Rico. Se trata, en esencia, de un culto a la élite, a los conocedores, al que sabe más. Al respeto humano, que nos impide manifestar nuestro verdadero sentir con tal de que no inquietemos al “hermano”. Así lo que conseguimos, meramente, es contribuir a la borrachera de “poder” (petulancia, diría yo) de aquellos que lo ejercen actualmente, incluso de aquellos que lo hacen por encargo nuestro. En una verdadera democracia no debe haber “vacas sagradas” inmunes a la crítica, fundamentada o no, de quienes componen la sociedad.

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  2. No obstante, constantemente nos enfrentamos a personas que prefieren deferir a los “poderosos” y temen criticarlos. Incluso si identificamos correctamente quiénes ostentan el poder y, por ende, quiénes afectan nuestra vida diaria, se nos dice que no debemos “atacarlos” ni criticarlos porque al menos ellos se atrevieron a lanzarse al ruedo. Esta idea, sin embargo, me parece más una invitación a poner “fe ciega” en instituciones humanas que, por nuestra condición inherente, son falibles y susceptibles de degeneración. Los tribunales son ejemplo por excelencia de ese tipo de instituciones que rara vez uno puede verse tentado a criticar. Con todo, en estos foros jurisdiccionales es donde se concentra el mayor potencial para vindicar los derechos individuales y el mayor potencial para emascularlos. Es por ello que ante decisiones lesivas a los intereses del pueblo no podemos permanecer en silencio. Al igual que ocurre en la arena política o en el ámbito transaccional privado, cada cual tiene la responsabilidad de señalar los desatinos de aquellos que tienen el deber de impartir justicia conforme a Derecho en nuestra jurisdicción.

    Es hora, pues, de desechar los miedos de antaño y de enfrentarnos directamente a las realidades del Puerto Rico de hoy, al abuso del poder y al ejercicio justo de éste, a la necesaria crítica a quienes actúan conforme o en contra de nuestros intereses. En fin, es hora de asumir nuestra responsabilidad como ciudadanos en una democracia. Sólo así lograremos descubrir nuestro verdadero propósito como sociedad.

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  3. Existe cierta violencia ejercida oficialmente, a veces mas sutilmente y otras veces menos, tambien ejercida por vias foucaultianas para opremir cualquier discusion seria de otras formas de organizacion social. Tal vez no sea un razgo unico de la politica cultural de PR (se ve tanto en iran, como en venezuela, como en EEUU, etc.), pero define en gran parte el discurso público. Crea disonancia y imposibilita el dialogo aquí, sobre todo en Puerta de Tierra. Se pierde así la posibilidad de reflecionar sobre nuestra actualidad a traves del discurso publico. Ademas, se suele repremir cualquier posiblidad de creatividad y libertad de los suenos del pueblo. El conflicto es reducido a ciertos sectores trivializados, obviando que tal vez el momento historico requiera una revision del estatus quo. Existen personas, corrientes intelectuales, e ideas que puedan abonar, o por lo menos proponer, visiones futuras (por no decir alternas) para el colectivo. Sin embargo, la validez de estos sueños no es el enfoque del debate, sino queda estancado en las etiquetas que se ponen a los retadores.

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  4. Lo que no incluí era mi punto central, que en el discurso oficial se reprime violentamente cualquier senalamiento de que el estatus quo (politico y economico) opera como una fuerza violenta sobre la mayoria del pais. Mas de 50 por ciento de nosotros somos pobres. Casi el 40 por ciento de la poblacion activa se encuentra "under employed." Y una abrumadora mayoria no se encentra comoda con la situacion de politica internacional de PR (ya que sean independentistas, soberanitsas, o estadistas). Asi que a todas luces hay razones demas para nuestro descontento general, que por falta de otras vias se manifiesta en gritos.

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